lunes, 1 de julio de 2013

Una reflexión para construir la ciencia del Protocolo


La reflexión intelectual es el camino que convierte una actividad profesional en una ciencia al dotarla, a partir de la experiencia, de los elementos de contraste (y controversia) que la definen y enriquecen. Desde la observación de los fenómenos sociales se formulan hipótesis que van dando lugar a teorías contrastables o tesis, que a su vez van fijando los contenidos de esa nueva ciencia. Ese es el camino siempre. Ese ha de ser el de la ciencia del Protocolo.
Dentro de la familia de las Ciencias Sociales y de la Comunicación, en algunos casos, se ha advertido una cierta precipitación, como si se fuera a construir la casa por el tejado, por eso es bueno poner los pies sobre la tierra y replantearse, más allá de la mera casuística cotidiana, la epistemología profunda de las cosas. Para que una práctica profesional se desgaje de la familia intelectual que la aloja es preciso que se desarrolle como ciencia, y eso no se logra solamente porque en el Boletín Oficial del Estado se creen nuevas carreras o la ANECA la santifique, no siempre acorde con sus propios postulados. A veces, las urgencias comerciales son falsos aliados.


Son ponderables todas las iniciativas que hagan avanzar el protocolo como ciencia, corrigiendo la urgencia de algunos pasos anteriores que la experiencia ha revelado imprecisos. Siempre he dicho que, a mi entender, el planteamiento inicial de las carreras de comunicación, cuando éstas se incorporan a la Universidad en 1970, estaba bien trazado: un primer periodo de formación básica común, y un segundo de especialización específica.
En su día expresé una mera opinión intelectual, en el sentido de que, a mi entender, la aparición de la carrera de Protocolo, separada del núcleo las Relaciones Públicas, debería haber aconsejado un periodo previo de publicaciones, trabajos científicos, estudios y aportaciones que armaran la nueva ciencia más allá de la mera casuística práctica.

Se nos decía que el Protocolo no era parte de las Relaciones Públicas ni tenía ya nada que ver con ellas, sino que junto con la Organización de Eventos y sus hijuelas era ya una carrera per se, con su propio camino bien trazado. Era un planteamiento respetable, como toda idea que se expresa educadamente, pero que a duras penas resistía ser confrontada con la tozuda realidad. Por algunas cosas que ahora leo y las convocatorias que se hacen parece que se han cambiado algunos planteamientos.
Sobre este asunto se lleva reflexionando en la Universidad desde hace muchos años, como lo prueban las tesis doctorales ya aportadas, y que encabeza en número la Universidad de Sevilla. Pero, pese a que es un tema viejo en la agenda diaria de los investigadores que trabajamos en este ámbito en España, se debe subrayar que tiene como marco referente la universidad pública española. Véanse los trabajos de los doctores Dolores del Mar Sánchez, Marta Pulido, María Teresa Otero, Salvador Hernández y otros en este terreno.

Ni que decir tiene que deseo el mayor éxito científico a toda iniciativa en este terreno que debe ser bienvenida como todas las que se producen, y de las que no todos informan por igual, debido a pequeñas batallas comerciales que se rigen por las leyes del mercado, no por las de la ciencia.
Es bueno, pues, que se avance en convertir al Protocolo en una ciencia solvente dentro del conjunto de la Comunicación, poniéndolo en relación con el Derecho, la Sociología, la Historia, la Ética y la Estética, entre otras muchas. Reitero pues mis votos por el éxito toda convocatoria, pues el camino del estudio es sin duda el mejor para convertir al protocolo en la ciencia que a todos nos interesa. Y eso se lleva haciendo desde hace mucho tiempo. Que quede claro.


 

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