viernes, 19 de septiembre de 2014

Juan Carlos I negó a su padre en vida el tratamiento de “Rey” que él mismo conserva, pese a que don Juan lo deseaba


El conde de Barcelona reclamaba un estatuto como jefe de la Casa de Borbón y culpó a Suárez de negarle los honores que muerto le otorgan como Juan III
 
Una de tantas paradojas como presenta la historia de la Monarquía en España ha pasado desapercibida para muchos, salvo casos contados, como algunos biógrafos de personajes de la familia real o su entorno. Al asunto se alude de pasada en una de las biografías del Conde de Latores, Sabino Fernández Campo, que fue durante muchos años, primero secretario y más tarde jefe de la Casa Real. En ese sentido, se sabe que don Juan pretendía, al renunciar a sus derechos históricos en la persona de su hijo, el heredero del general Franco como sucesor a título de rey, que se le otorgara un determinado Estatuto, que supondría no sólo seguir reconociéndolo como jefe de la familia, sino recibir honores y tratamiento de “Rey”. Pero tuvo que conformarse con el título que ya ostentaba y la jefatura o gran maestre de las cuatro grandes  órdenes militares.

Se aventura que otros relevantes personajes como el profesor Antonio Fontán, consejero de don Juan, lo sabían por su proximidad al frustrado pretendiente al trono de España. No fue el único desaire o decepción sufridos por el padre del ex Rey, quien ahora ostenta los honores y tratamiento que negó a su padre, si bien éste culpó siempre a Adolfo Suárez y se mostró contrariado cuando se le hizo duque.

Otro de los que estaba en estos secretos era el ex ministro de Franco y consejero de don Juan Pedro Sainz Rodríguez, quien, antes de fallecer ambo, sostuvo siete largas conversaciones con el conde de Barcelona, plasmadas en el libro “Un reinado en la sombra”. Además de la bofetada que supuso para el padre de Juan Carlos I que éste nombrara “Príncipe de Asturias” a su hijo menor Felipe, cuando el depositario de los derechos históricos de la dinastía no había renunciado a ellos, el padre del Rey recibió otros dos agravios.

Primero, no logró que el retorno de los restos de Alfonso XIII, pese a su aparatosidad, se llevara a cabo a su gusto. Además de devolverlo a España en un buque de guerra por Cartagena, de donde partiera al exilio, pretendía que los restos del monarca fueran expuestos en el Palacio Real para que recibiera el homenaje de los Grandes de España, la nobleza, las autoridades de la nación y el pueblo, antes de ser conducido a El Escorial. No se hizo así, sino que el traslado por etapas fue una sucesión de homenajes de los tres ejércitos.

El Gobierno de la época era consciente de que excederse en los honores a un rey perjuro, que había sido declarado “traidor” y privado de la paz civil por las Cortes de la República, además de gestor de la ayuda de Mussolini a Franco podría reabrir viejas heridas y provocar rechazo y controversia.

Pero el golpe definitivo fue el modo en que tuvo que trasmitir los derechos históricos a Juan Carlos I. Amargamente se quejó a Sainz Rodríguez de que pretendían que lo hiciera por carta, y menos mal que se armó un acto casi familiar en la residencia de su hijo en la Zarzuela el 14 de mayo de 1977. Don Juan querría que la ceremonia se celebra en el Palacio Real, ante el Gobierno y los estamentos de la nación, representaciones de la nobleza incluidas.

Ahora, el Real Decreto 470/2014, de 13 de junio, por el que se modifica el Real Decreto 1368/1987, de 6 de noviembre, sobre régimen de títulos, tratamientos y honores de la Familia Real y de los Regentes, estable que Juan Carlos de Borbón continuará vitaliciamente en el uso con carácter honorífico del título de Rey, con tratamiento de Majestad y honores análogos a los establecidos para el Heredero de la Corona, Príncipe o Princesa de Asturias. Sofía de Grecia recibirá equivalente tratamiento como reina.

Pero lo más curioso es lo de don Juan. Ahora resulta que fue Juan III. Lo cual no deja de ser particularmente insólito al ser un rey que nunca existió. Pero el numeral III ya lo lleva un rey carlista, y en vida del conde de Barcelona fue aceptado como rey por una parte de la Comunión Tradicionalista, entendiendo que en su persona convergían las dos vías y se clausuraba el pleito dinástico que proporcionó a los españoles tres guerras civiles. Todo ello hace todavía más curiosa esta interminable historia de reyes duplicados.

Desde el día en que fue allí depositado, el ataúd con los restos del Conde de Barcelona aguarda en el llamado “Pudridero” (la cámara donde se espera que los restos de los reyes y sus consortes se degraden para ser conducidos a los cofres del panteón de El Escorial) a que el cadáver permita encerrarlo en el lugar que tiene destinado en el Panteón de Reyes. Los monjes agustinos de la comunidad revisan de vez en cuando cómo va el proceso. En una de las últimas comprobaciones se advirtió que el cadáver apenas había experimentado cambios, debido al excelente estado de embalsamamiento. Por ello fue preciso abrir unos agujeros en el ataúd y rodearlo de un producto químico para ayudar a la naturaleza. Es como si el ahora llamado “Juan III” se resistiera a desaparecer de la historia, para ser definitivamente encerrado en uno de los dos cofres vacíos (los dos últimos que quedan libres) en el panteón real, justo encima de la puerta de entrada.

No fue considerado ni tratado como rey en vida, lo es después de muerto. Su hijo ha tenido mejor suerte: fue elegido como heredero por el fundador de una nueva monarquía, quien dejó claro que la que él instauraba “no debe nada al pasado” (Franco dixit), y ahora al abdicar en su heredero conserva el título que le otorgó la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado del Caudillo Francisco Franco Bahamonde.

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